Los paréntesis en la música pueden dar lugar a una bocanada de aire fresco…o a un exceso de siesta que deja restos de saliva soñolienta en las comisuras de los labios y un pestilente aliento a dejadez. El largo período de pausa y reflexión que se tomaron los Red Hot Chili Peppers después del doble “Stadium Arcadium” (cinco años son una eternidad en esta profesión) se decanta claramente hacia la segunda modalidad.

En su tercera reencarnación, después de un bautismo funky y una confirmación pop-rock con la que perdieron devotos acérrimos y ganaron fieles entre el “público de masas”, se supone que han incorporado ritmos africanos y tonalidades próximas a la world music. A la hora de la verdad, apenas unas pinceladas que se quedan como anécdotas exóticas en un cuadro desdibujado, sin perspectiva, ni profundidad ni determinación en el trazo.

A uno le queda la sensación que, por miedo al autoplagio o a las comparaciones, han intentado explorar otras vías y que se arrepintieron a medio camino, pero cuando quisieron regresar les faltó valor y además ya había oscurecido. ¿Resultado? Quedarse en tierra de nadie, esperando ser visibles sin incordiar demasiado.

Los habituales divertimentos (“Ethiopia” o “Dance, dance, dance”) o la saturación del rapeo a la hora de cantar (“Look around”) añaden incertidumbre a un paisaje desolador de medios tiempos sin sustancia y algún que otro experimento, como el piano de cabaret de “Happiness loves company” o la sensiblería de los coros en “Even you Brutus?”, cuya mejor virtud es el título. Para más inri, bocetos de baladas como “Meet me in the corner” o “Police station” que justo a la mitad se derrumban, carcomidas de aluminosis.

Hay ausencias que brillan pero algunas incluso llegan a deslumbrar. En este caso, la de John Frusciante, responsable del efectivo giro hacia terrenos más alternativos y autor de riffs cruciales en “Californication”. Su recambio, Josh Klinghoffer, tendrá mucho oficio en directo pero no es lo mismo. Flea y Kiedis, en su línea, pero al servicio de canciones tan inocuas que ni tienen el privilegio de indigestar.

Comida ligera que sólo cumple el trámite fisiológico. Sin matices, ni deseo de repetición, incapaz de generar gula. ¿En qué huerto dejaron pudrir los pimientos? ¿A quién vendieron la receta del picante? ¿Podrán volver a darnos apetito?

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