El balance final de la sección a concurso Seminci 2015 puede calificarse de correcto, entendiendo por tal un conjunto muy numeroso de películas destinadas a un consumo placentero o cómodo, de difusión limitada pero que no va a molestar al espectador, ni a hacerlo pensar. Cine en muchas ocasiones muy bien intencionado, muy predestinado a lanzar una idea sea cuál sea la credibilidad final del producto, un cine lanzado contando con red protectora, un cine del que o va a surgir ningún Atom Egoyan, ningún Kitano, ningún Moretti, Loach, Davies…ni tantos otros descubiertos hace muchos años por este festival que ha perdido esa iniciativa y ese valor. Como me suelo colocar en ese espectro de espectadores calificados como “raros”, Seminci 2015 me vuelve a dejar insatisfecho. Soy incapaz de identificarme con esas historias que tanto se aplauden, con esas comedias trágicas de buen final, de buen sentimiento, con ese cine lineal y digerido que no implica esfuerzo alguno. Debe ser la estética del perdedor, ésa que me hace sentirme más cómodo viendo las dos únicas películas pateadas durante el Seminci 2015 que la inmensa mayoría del resto, las dos únicas películas que asumían riesgo y diferencia y obligaban al espectador a intentar conectar hilos invisibles en los que la trama se iba escondiendo y revelando, L’artéria invisible y Tikkun. Repito lo que dije al principio del Seminci 2015, un público cuya media de edad supera con creces los 40 años conduce a un festival mortecino por falta de renovación, una ciudad sin una sede digna para exhibir cine en condiciones ha de replantearse sus necesidades de espacios culturales públicos ante la vergonzosa experiencia que para el visitante ha de suponer asistir a proyecciones en un espacio tan indigno por su estado como la subsede del Seminci 2015, un festival que da la espalda a sus ciclos sin conseguir programar secciones paralelas potentes y novedosas pierde repercusión y un festival de cine que no arriesga pierde parte de su esencia, el cine arriesgado no tiene porqué ser aburrido ni incomprensible, ni echar al espectador, lo que no puede ser un festival es un mero adelanto de lo que se va a estrenar en las salas en los meses próximos porque abandona así, parte de su sentido, y un Seminci 2015 cuya única repercusión en la ciudad tiene lugar durante la semana que dura el mismo tampoco está haciendo su trabajo, un festival como Seminci 2015 exige un catálogo de actividades anual que mantenga viva en el espectador la llama del cine de autor, de la versión original.
LO MÁS ARRIESGADO. La propuesta más arriesgada del Seminci 2015 ha procedido de Israel, “Tikkun”, de Avishai Sivan, dos horas de ritmo muy lento y opresivo contándonos, en dos partes muy diferenciadas, la vida de un ultraortodoxo judío centrado en el estudio de la religión hasta que un accidente doméstico digno de una comedia gamberra le sitúa durante cuarenta minutos en el umbral de la muerte. La persistencia del padre, prosiguiendo el masaje cardiaco después de que los servicios de urgencia desistan, devuelve al joven a la vida, y con ello, surge el caos. Al interferir en el designio divino, la vida del joven estudioso se resquebraja, se replantea si la vida es lo único que ve en su domicilio, en el cenáculo de hombres taciturnos, tristes e inflexibles con los que se rodea, si ser creyente ha de suponer una vida gris en todas las facetas, e intenta explorar aquello que hace de la vida algo más ligero. En su obsesión por descubrir a las mujeres, por saber qué es una mujer, se convertirá en un personaje aún más ridículo que el de su simple presencia y contemplación divina ya supone. Su miedo y su temor al sexo le coloca en situaciones límite, y el director no escatima imágenes ni explicitudes, recrear “El origen del mundo” de Courbet durante un plano sostenido de varios minutos no es para cobardes. Sivan utiliza el blanco y negro para retratar este mundo, introduce el onirismo, las profecías a modo de sueños y pesadillas que anticipan ese final que reconforta a los hombres con su dios vengativo y justiciero. “Tikkun” arriesga mucho y es posible que el resultado final no sea redondo, pero juega al todo o nada con una idea muy precisa y personal, es el cine que no dará dinero ni se estrenará comercialmente, pero es la labor de un festival revelarlo. 63/100.
LO CONVENCIONAL.- En el polo opuesto se encuentran dos de las producciones más aplaudidas, por un lado el drama histórico “Elser” de Oliver Hirschbiegel, el de la película “El hundimiento”, que relata con corrección y minuciosidad, el intento de atentado en octubre de 1939 en la cervecería de Munich que quiso acabar con Hitler a manos de un relojero, el Georg Elser del título. La película se forma a través de numerosos y largos “flashbacks” que tratan de darnos la información de porqué este relojero y músico alemán llega al convencimiento de que sólo si se acaba con Hitler, el mundo podrá ser algo más seguro y decente. Estaríamos ante el visionario decidido, sacrificado, el que viendo el origen del mal sin haberlo sufrido en primera persona asume que hay acciones malas necesarias para evitar un mal mayor. Y sin embargo este didactismo del director me resulta insuficiente, no se llega a capturar esa esencia decisiva perdida entre una historia de amor con una mujer casada y las afinidades comunistas del protagonista, todo ello entremezclado con los interrogatorios de la Kripo y la Gestapo, que se niegan a asumir que una sola persona fuera capaz de haber acabado con el Führer sin ayuda de más colaboradores. La peor sensación es la de introducir una cierta empatía entre el preso y el jefe de la Policía Criminal, Arthur Nebe (el jefe del detective Gúnther de las novelas de Philipp Kerr). 50/100.
Otro tanto de anodino dentro de lo correcto puede decirse de la producción francoturca, “Mustang” de Demi Ganze, la historia de cinco jóvenes hermanas huérfanas que viven en plena libertad de acciones, hasta que los murmullos en el pueblo en el que viven hacen reaccionar a la familia para producirse un progresivo encierro, limitando poco a poco su juventud y sus deseos, privándolas del estudio, obligándolas a abandonar sus vaqueros, a dejar de jugar con los chicos, a someterse a la dictadura de una familia y una religión que esclaviza a todas las mujeres, y eso en un país, Turquía, donde aún la mujer puede encontrar espacios para vivir en igualdad de condiciones, igualdad cada vez más amenazada. Por eso Estambul es el objetivo, el deseo, el sinónimo de libertad al que dirigirse todas ellas. Los ecos de “Las vírgenes suicidas” de Sofía Coppola, y retazos de otras historias de cine iraní como “Off side” de Jafar Panahi están muy presentes. La película juega al tono amable de comedia en la que va aumentando el drama y sabe conectar con el gran público, cuenta con cinco jóvenes actrices que llenan la pantalla con espontaneidad pero no me convence ni la forma ni la resolución facilona y simplista, ajena a cualquier verosimilitud posible en un mundo cerrado y claustrofóbico. 45/100
EL OUTSIDER.- FÚSI, también titulada en inglés “Virgin Mountain”, película islandesa de Dagur Kari ha sido una de las propuestas más redondas del Seminci 2015. Si “Rams” venía con mayor aureola de vencedora, también islandesa, me ha convencido mucho más la historia de este bonachón personaje, encerrado en su mundo y sin ningún interés en entablar relaciones que pueden herirle. Asfixiado por una madre castradora, entretenido con sus maquetas de recreaciones de batallas históricas y con un amigo con el que compartir alguna tarde en confianza, Fusi es el prototipo del perdedor que no puede ser nunca el héroe. Empujado a hacer lo que todos tienen que hacer, y sin pretenderlo, es capaz de conectar con alguna persona tan solitaria y quebradiza como él. Fusi acepta los reveses y las malas experiencias con un estoicismo digno de un par de bofetadas para que reaccione, agitarle por los hombros para que se tome un gin-tonic en vez de un vaso de leche. Si se atreve a cambiar de domicilio, una eventualidad le volverá a colocar en la casilla de salida, si se interesa por una niña que pasa sola todas las tardes, la sospecha de la pederastia le sobrevolará, si intenta tener novia su madre le reprochará que piensa dejarla sola. Fusi es el prototipo de una buena persona, de un hombre bueno que, finalmente, decide empezar a hacer lo que le apetece, aunque sea en soledad y poniendo buena cara. El soberbio trabajo del actor principal basta para llenar la historia con su sola presencia, la fría noche islandesa y el frío ambiente ayudan a comprender el enclaustramiento de este personaje que no quiere bailar, y menos ese ridículo baile yanqui con sombrero vaquero. Próximo su estreno es una recomendación para cualquier tipo de público. 73/100
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.