Con esa doble moral y esos falaces argumentos, (que fueron luego copiados en muchas dictaduras) los funcionarios británicos, no hace tanto tiempo, reprendían a sus hijos para que se fueran a dormir. Sin olvidar que yo estoy siempre en contra de la violencia, (se estima que 300,000) no puede comprarse la masacre de un pueblo que lucha por su libertad con cuchillos y lanzas, contra otro que es un impero colonial y tiene armas de fuego modernas.
—Y ahora dime por qué has venido y me has impedido saltar a las vías del tren —preguntó aquel alto funcionario que no creía en Dios…
—Porque yo sí tengo fe en Dios, y por lo tanto, creo en el ser humano, aunque mi piel sea de color y viva en un barrio bajo…
Mientras tanto, al otro lado de las vías del tren, en aquel preciso momento, se estableció una suerte de tierra baldía y se dio luz verde para abrir fuego contra cualquier sombra que se acercara sin ningún reparo. Al llegar a casa, en el lujoso barrio de la capital, el alto funcionario miraba el teléfono con gran ansiedad. Eran las ocho de la noche y era la primera vez que no había recibido ninguna respuesta del campo de concentración en el que vivía una hija suya de color, porque ese día cumplía diez años y ella siempre se podía muy contenta, cuando recibía esa única llamada anual para felicitarle en su modesta celebración del aquel importante aniversario.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.