¿Qué tienen en común el salón de una casa en Berlín, San Pablo, Helsinki o Dubai? El sofá, cómo no, y el ambiente perfecto para compartir buena música. A partir de la iniciativa de un grupo de amigos en Londres, se ha ideado Sofar, un circuito alternativo de nuevos artistas que dan a conocer su obra en casas de los cinco continentes.
Hacemos girar el globo y aparecemos en el living de una típica planta baja de Buenos Aires. Andy se asoma por la mirilla, verifica la contraseña y nos abre la puerta. Hoy es ella la anfitriona, porque ha ofrecido su casa como local para esta edición porteña del Sofar. Va llegando cada vez más gente y todos dejan en la mesa del patio lo que traen para beber o comer. Esta es una de las partes del trato: no pagar entrada pero aportar algo para el picoteo comunitario. Otra de las condiciones es el límite de gente, que lo fija quien cede la vivienda. “La capacidad máxima te la da la medida estándar de un salón” -explica Hernán Pato, impulsor del proyecto en Buenos Aires- “lo importante es mantener la comodidad y la intimidad para poder escuchar en silencio a los artistas, no como en los bares donde muchas veces el entorno no ayuda”.
Ninguna de las personas que llega sabe quiénes van a tocar. Tampoco los músicos conocen a los otros grupos o solistas de la noche. Es una especie de cita a ciegas colectiva en la que, según Hernán, “se demuestra que realmente quienes participan tienen la mente abierta y el deseo de descubrir música nueva”. El organizador explica que la idea es que la gente, cuando se apunta para asistir al evento, no sepa qué va a ver para “no tener ningún tipo de filtro y así poder sorprenderse”.
La difusión se realiza principalmente de boca en boca y por redes sociales, pero la dirección exacta del concierto se da a conocer sólo al suscribirse a la página web. También a través de este medio la gente ofrece la forma en que quiere colaborar con el proyecto, desde la toma de fotos o puesta de luces, hasta la aportación de su casa. “Cada uno se encarga de lo que más le divierte hacer. La misma gente que utiliza Sofar, lo genera” dice Hernán.
¿Y los músicos? La selección se gesta en foros virtuales, a partir de las propuestas que lanzan las personas suscriptas a la red. Cualquier estilo vale, el único requisito es actuar en formato acústico. Lucía Riet, cantante de la iniciativa porteña “No tan solas” que reúne a diversas solistas femeninas, participó en la edición de Buenos Aires y destaca de su experiencia que, al no tener que encargarse de la difusión, además de ahorrarse un trabajo bastante tedioso, Sofar le abrió la posibilidad de contactar con gente nueva, “algo no muy fácil para bandas pequeñas”.
Lucía aclara, de todos modos, que en la capital argentina hace tiempo que el circuito under se mueve más por casas privadas que por bares. A raíz del trágico incendio de la discoteca Cromañón en 2002, donde murieron casi doscientos jóvenes durante un concierto de rock, la mayoría de los locales fueron clausurados por incumplir las normas básicas de seguridad. “Desde entonces –explica la artista- existen cinco espacios grandes, que sólo pueden llenar las bandas conocidas. El resto nos hemos quedado sin lugares para tocar, por eso decidimos rebelarnos y montar una movida alternativa de actuaciones en casas, más o menos como lo que ahora propone Sofar”.
El globo gira y las necesidades son similares. Las pésimas condiciones, tanto para el público como para los músicos, de muchas salas de conciertos, promueven nuevas vías de creación y difusión del arte. Sofar es un buen ejemplo. Internacional, íntimo y autogestionado, este proyecto circula y crece puertas adentro de cada vez más ciudades en todo el mundo. Barcelona aún falta… ¿Quién se anima a empezarlo?
Flor Ragucci
Periodista.