Martin Heidegger fue nazi; de eso no cabe duda alguna. En 1932 votó por el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (N.S.D.A.P.) y se afilió formalmente a él en 1933. Como rector de la Universidad de Friburgo, implementó políticas relacionadas con el régimen nazi, como es el caso del planteamiento racial, hasta su renuncia en 1934. Continuó como docente hasta el final de la II Guerra Mundial y mantuvo su membresía en el partido hasta 1945. Nunca expresó arrepentimiento por su apoyo al III Reich. Sin embargo, el enfoque de este artículo se desliga de la historiografía para adentrarse en el ámbito filosófico. “Hay que evitar a toda costa establecer una conexión en cortocircuito entre obra y persona”, como ya avisaba Habermas al tratar de desempeñar esta misma empresa: el análisis de resquicios de la ideología nacionalsocialista en la filosofía heideggeriana.

Esa es la intención principal del presente texto y, para ello, se contrastará el contenido de su obra filosófica con las principales características del nacionalsocialismo esclarecidas por Payne en su estudio sobre el tema: el nacionalismo, el totalitarismo, el liderazgo carismático, el racismo fundamentado en un darwinismo social pseudocientífico, el eugenismo, la oda de la violencia, el sistema de partido único, la conformación de una sociedad de masas, el expansionismo y la promoción de un “hombre nuevo”. Además, Payne también señala, a su vez, una marcada confrontación de este posicionamiento político con el racionalismo, el positivismo, el liberalismo, el marxismo, la democracia y el pueblo semita, entre otros aspectos.

Al alba: la autenticidad del dasein

El corpus intelectual preeminente de Heidegger se cristaliza en Ser y tiempo, publicado en 1927 y dedicado a su predecesor, de origen judio, Edmund Husserl. La consideración de esta fecha reviste una importancia cardinal en el análisis político de la obra dado que, para ese entonces, el nacionalsocialismo aún no se había configurado como una ideología coherente y sistematizada. Por esta razón, sería un error anacrónico interpretar esta obra como una manifestación de dicha corriente. Sin embargo, es innegable que la obra pudo estar profundamente influenciada por los elementos subyacentes del pensamiento popular de la época, los cuales emergieron como respuesta a las severas repercusiones que la población alemana experimentó tras la Primera Guerra Mundial, exacerbadas por las duras condiciones impuestas por el “Tratado de Versalles”. Para muchos, la obra emblemática de Heidegger está desprovista de dimensión política, haciendo, más bien, una profunda exégesis ontológica. No obstante, quizá existan sutiles matices latentes en una lectura en la que bajo “un uso metafórico de las dicotomías y de los esquemas del pensamiento ordinario, la política se convierte en ontología” (Bourdieu, P., La ontología política de Martin Heidegger).

Para ello, es necesario partir de la consideración del Dasein o ser-ahí, comprendido por José Gaos y materializado en su Introducción a esta obra como “el ente hombre; y la ‘existencia’ […] su esencia”, que “está desde el principio arrojado sin salida en su ‘ahí’, remitido a una tonalidad emotiva y a una situación facticia determinada”; siendo esta su característica principal: la cualidad de hacerse “la pregunta por el ser”. Así, el Dasein aparece como ente histórico aunque, bajo la crítica marcusiana que se puede leer en Sobre Marx y Heidegger, sin tener en cuenta su “contexto social, empírico, de la decisión y de sus consecuencias”.

Este Dasein es incomprensible por sí solo; ante todo es un ser-en-el-mundo que se va conformando por medio de las posibilidades que su interacción con los útiles, entes a la mano que conforman el horizonte que su mundo circundante –el cual va creciendo conforme mayor es su existencia y relación con los útiles– le abre como pro-yecto.

El siguiente paso implica adentrarse en el análisis de la historicidad que emerge como una dimensión que “puede quedarle oculta” al Dasein, aunque capacitado para “descubrir la tradición”. Este hecho se origina en el “ahí” –da en alemán– del Da-sein, donde la tradición permanece en el transcurso del existente como incesante poder-ser, aunque frecuentemente se ve inducido al olvido de este, de “aquellas elementales condiciones sin las cuales no es posible un retorno positivo al pasado, es decir, una apropiación productiva del mismo”, plasmado de este modo en el propio Ser y tiempo. En estas reflexiones se perfila una de las claves de su pensamiento político: la proyección hacia el futuro debe fundarse en una continua reelaboración de la tradición legada por el pasado.

Esto lleva a que el Dasein jamás se presente como un solus ipse, como una conciencia que no puede salir de sí misma. En su ser-en-el-mundo, el Dasein se entrelaza con “los otros” que percibe como iguales y que co-habitan dentro de dicho mundo. Este aspecto adquiere una relevancia primordial pues, en palabras de Beistegui en Heidegger y lo político, “la dimensión colectiva de la existencia humana brinda una orientación específica y decisiva hacia la tematización posible de lo político”. Esto se debe a que el Dasein, constituido por su ser-en-el-mundo, se encuentra afectado, tal y como se explica en Ser y tiempo, por su ser-con, generando “el convivir cotidiano […] dos extremos de la solicitud positiva —la sustitutivo-dominante y la anticipativo-liberadora”. La primera opción hace referencia a la vida inauténtica o impropia, la segunda, a la vida auténtica o propia.

Partiendo de la existencia impropia, evidencia la subsunción de la existencia a la opinión de los otros, a la publicidad del uno, donde, a través de la “medianía y nivelación”, la publicidad “regula primeramente toda interpretación del mundo y del Dasein, y tiene en todo razón”. Para alcanzar una existencia auténtica, el Dasein debe emanciparse de esa solicitud sustitutivo-dominante que suprime la singularidad en favor de la deriva social, convirtiéndose, en palabras de Heidegger, en “una auténtica dictadura”. Así, se anticipa una preconfiguración de lo que, en referencia a la subjetivación –respetando las distancias entre el sujeto y el Dasein– en el fascismo, Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas, llamará hombre-masa, aquel “hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres”.

Mediante esta crítica de la existencia impropia, Heidegger propone una vía para contrarrestarla y abrazar una vida auténtica, anticipativo-liberadora. Aunque se reconoce que “la reemplazabilidad no sólo es posible, sino que es incluso un constitutivum del convivir”, el Dasein puede emanciparse al reconocer su condición de ser-para-la-muerte, dado que “la muerte, en la medida en que ella ‘es’, es por esencia cada vez la mía”: la única manera en que el Dasein puede comprenderse a sí mismo desligado de las ataduras del uno –en terminología marxista, la ideología– sería adelantándose hasta la muerte . Solo en la conciencia del Dasein de su propia finitud encuentra una existencia auténtica donde elegir su poder-ser propiamente.

Sin embargo, “sólo en el compartir y en la lucha queda libre el poder del destino común […], es decir, que sea histórico en el fondo de su existencia”. De esta forma, aunque se aduzca que mediante la defensa de la existencia auténtica del Dasein individual busca eliminar la masificación social, tal supresión solo es factible desde una autenticidad arraigada en un destino común del que el individuo no se puede desligar y que se cimenta, primordialmente, en la lucha.

Según señala Farías en Heidegger y el nazismo, este conflicto, donde la autenticidad individual parece impedir la social y viceversa, se origina debido a que “Heidegger encuentra una mediación histórico-ontológica entre la existencia individual y colectiva en lo que él denomina ‘tradición’”. Así, la historicidad del Dasein vuelve a tomar partida en su concepción “política”. Este destino común debe estar delimitado por aquella tradición anteriormente mencionada. Heidegger argumenta que “llamamos destino al precursante entregarse al Ahí del instante”; como señala Gaos, es un “advenir sido mirando”. Se debe recordar que el ahí del Dasein hace referencia al puesto donde la historicidad se inserta, donde la tradición permanece. En consecuencia, de manera colectiva, es necesario conducirse hacia un futuro, es decir, advenir, en lo que perdura del pasado, lo sido, y todo esto visto desde el instante presente. En este contexto, se considera la figura de un supuesto “héroe” que debe ser escogido por el Dasein para dirigir el destino común como “acontecer” de la “comunidad” o “pueblo”.

En síntesis, en Ser y tiempo se observan, por un lado, rasgos que, llevados a sus últimas consecuencias, sugieren la posibilidad de un proto-nacionalsocialismo: la subordinación de la singularidad a las aspiraciones colectivas, el énfasis en la lucha, la existencia de una predestinación social que necesita de un líder, todo desde una latente revolución conservadora en pos de ejecutar estas características coincidentes con las vistas ya en la introducción. No obstante, es imprescindible resaltar otras herramientas con las que el lector puede eliminar la masificación social, como es la lucha contra el uno para una vida auténtica y una existencia liberadora del Dasein.

Al resplandor: da, tierra y sangre

El N.S.D.A.P., bajo el liderazgo de Adolf Hitler, ascendió al poder en 1933. Tres meses después de la investidura del austriaco como canciller, Heidegger, habiéndose afiliado durante este año al partido, fue designado rector de la Universidad de Friburgo. Durante este periodo, su filosofía comenzó a sufrir una transformación, un giro (kehre). Uno de los aspectos más reseñables es que “ahora es una ‘humanidad histórica’ y no el individuo el que ‘ec-siste’” (Habermas, J., Identidades nacionales y postnacionales).

Desde el inicio de su discurso inaugural como rector, “La autoafirmación de la universidad alemana”, esboza este cambio. Postula que “los guías […] mismos son guiados –guiados por el carácter inexorable de aquella misión espiritual que sujeta el destino del pueblo alemán a la impronta de su historia”, haciendo uso de la misma concepción de la historicidad que en Ser y tiempo y evidenciando la necesidad de un conductor –Führer, título adjudicado a Hitler– para orientar este destino común alemán.

Por otra parte, Heidegger introduce un nuevo matiz: lo espiritual. “El mundo espiritual de un pueblo no es la superestructura de una civilización, ni tampoco un arsenal de conocimientos y valores de utilidad, sino el poder de conservación más profundo de las fuerza de su tierra y de su sangre”. Por vez primera, se incorpora en este discurso un tema relacionado con el racismo característico del III Reich, aspecto que constituye su principal distinción con el fascismo.

El análisis más penetrante sobre ello es el presentado en Algunas reflexiones sobre el hitlerismo de Emmanuel Levinas, quien arguye que mediante la introducción de la constante conciencia del Dasein como ser-para-la-muerte, “todo dualismo entre el yo y el cuerpo debe desaparecer”, dado que no pueden existir el uno sin el otro ni viceversa, adquiriendo ambos la misma relevancia ontológica. El cuerpo y, en consecuencia, sus condicionantes genéticos, adquieren una importancia equiparable a la propia conciencia. Esto se mantiene al extenderlo al nivel colectivo, generando una forma de racismo social, dando así la posibilidad de elaborar un desarrollo filosófico a esa vertiente darwinista que diferencia al nacionalsocialismo del resto de ideologías del espectro conocido contemporáneamente como fascista.

Aunque este discurso podría analizarse más a fondo, es mejor concluir con la aseveración de que la libertad del estudiantado era “inauténtica, pues era solamente negativa”. En Ser y tiempo ya se ponía de manifiesto que para alcanzar una vida auténtica se ha de añadir a la existencia propia del Dasein individual la autenticidad del pueblo. No obstante, sostiene que “el concepto de libertad del estudiante alemán es ahora restituido a su verdad”, implicando de manera tácita que el régimen nacionalsocialista encarnaría la nueva libertad auténtica del pueblo.

Entre 1933 y 1934, Heidegger pronunció una serie de conferencias donde evidencia de manera cristalina su visión sobre cuestiones como la historia y el Estado. Así, en estas lecciones publicadas posteriormente bajo el título Naturaleza, historia, Estado, clarifica su uso del “término ‘pueblo’ en el sentido [de] un modo de ser que ha crecido bajo un destino común y tomado una forma distintiva en el marco de un Estado”, abandonando su concepción como mero colectivo a delimitarlo como una entidad que solo emerge dentro de la estructura estatal, concebida como una comunidad que depende ontológicamente de esta y sus directrices. No hace referencia a un proceso continuo de crecimiento del pueblo bajo un destino común, sino que emplea el pretérito perfecto compuesto, “ha crecido”, indicando la conclusión pasada de dicho proceso. El pueblo se encuentra subordinado a las directrices del Estado, que ocupa un estadio en el que, en lugar de ser controlado por el pueblo, ejerce un control totalitario sobre este. Y adquiere mayor prominencia al considerar la figura del líder: “la política se convierte en el proyecto creativo de un gran hombre de Estado capaz de entender todo el acontecer de la historia”. A partir de esta premisa, un individuo excepcional ejercerá un control absoluto sobre toda institución estatal y, por ello, sobre toda la comunidad. Incluso llega a esbozar el modo óptimo de ejercer influencia sobre la voluntad colectiva, es decir, de fomentar una masificación social: “la educación […] es una forma peculiar y distintiva de la imposición de la voluntad: en el fondo no es más que la imposición de la voluntad del líder y de la voluntad del Estado, esto es, del pueblo”.

Durante el invierno de 1934 inició una nueva serie de clases, posteriormente publicadas como Lógica, en las que aplicó en profundidad conceptos recogidos en Ser y tiempo al ámbito colectivo del III Reich. En este sentido, identifica raza y sangre como “lo corporal del pueblo”, evocando las reflexiones de Levinas. Este enfoque afecta a toda la comunidad, enfatizando el arraigo necesario a la tradición histórica corpórea. Para alcanzar una autenticidad colectiva, el pueblo debe “aceptar ese encadenamiento” de “los llamados de la herencia y del pasado a los que el cuerpo sirve de enigmático vehículo” en lugar de la libertad otorgada por el poder-ser individual defendida previamente. Sin embargo, parece percatarse de esta situación y, parafraseando el discurso de “La autoafirmación de la universidad alemana”, sugiere, en forma de aparente crítica al regimen nazi, que el estudiantado alemán “se esté cerrando al acontecer auténtico”.

Más sugestiva es la siguiente cita: “la voz de la sangre proviene del estado de ánimo fundamental de un hombre, y es posible porque el ser de nuestra existencia es determinado por el trabajo”. En Ser y tiempo, el estado de ánimo, siendo en el campo fenomenológico toda conciencia conciencia de algo, implica la direccionalidad originaria –marcando su antirracionalismo– del Dasein, como ser-en-el-mundo, hacia los útiles. En este contexto, se equipara esa originariedad del estado de ánimo con la misma sangre, dándole un sesgo racista a todo Dasein. La ideología nacionalsocialista se hace más notoria en el uso del trabajo como único determinante del encadenamiento de la sangre en la existencia del Dasein, pareciendo afirmar que “arbeit macht frei” –“el trabajo hace la libertad”, lema nazi encontrado en las entradas de campos de concentración–.

En 1935, Heidegger abandona el rectorado, lo que se traduce en un cambio significativo al alejarse de la corriente estatista predominante. Surgen críticas hacia el sistema imperante y continúa distanciándose de su defensa al reconocer su declive. Elabora El origen de la obra de arte, en el que aupa la tierra a la misma categoría ontológica que el mundo, figura crucial del Dasein. Afirma que “nunca están separados”, ya que “el mundo se funda sobre la tierra y la tierra se alza por medio del mundo”, atravesando el encadenamiento de la tradición en la esencia del existente.

También imparte los seminarios compilados en Introducción a la metafísica. Más allá de su nacionalismo exacerbado aborda una nueva problemática en la que plasmar su antimarxismo y antiliberalismo: la técnica. Sostiene que “Rusia y América son lo mismo” y significan igual amenaza para el pueblo. A esto se le añade: “Cuando los creadores se han retirado del pueblo y apenas se los tolera todavía como rareza extravagante […] se suspende la lucha auténtica y se desplaza a la mera polémica, a los quehaceres y maquinaciones del hombre dentro de lo materialmente existente y disponible, entonces ya ha comenzado el decaimiento”.

En estas afiladas palabras contra el III Reich, se ve una Alemania amenazada, no solo por la técnica desencializada, sino por la carencia de esa lucha necesaria por parte de los “creadores” de la Alemania espiritual a los que denominaba “Führer”.

Durante la conferencia de 1938, La época de la imagen del mundo, también muestra el peligro de la atomización social, mostrando la necesidad de una “lucha expresa contra el individualismo y a favor de la comunidad”, sin exaltar, en este caso, la masificación.

Un año después, en 1939, estalló la devastadora II Guerra Mundial, cuyas ominosas consecuencias todavía perduran en el ideario colectivo. En las conferencias pronunciadas entre 1943 y 1944, y editadas bajo el título Heráclito, identifica como problema primordial de Occidente el de “rendirnos a la voluntad de la modernidad” que es la técnica. Para su resolución, postula que “serán necesarios en las próximas décadas los treintañeros y cuarentones que hayan aprendido a pensar inicialmente”, subrayando así la imperiosa necesidad del “hombre nuevo” como redentor de Occidente. De no materializarse esta posibilidad, Heidegger avizora que “toda la humanidad de la tierra puede llegar a ser desolada y aniquilada”.

En 1943 estableció una exégesis de poemas de Hölderlin en “Memorias”. Acercando la poesía a sus consideraciones filosóficas, afirmará que “los pensamientos del espíritu común son poesía”, por lo que “los pensamientos poetizadores del espíritu tienen que recogerse y consumarse en el alma del poeta”. El líder muta en poeta. El pueblo genera una voluntad poética, esencial, que debe ser recogida por el poeta como único medio para ejercer el viaje de la comunidad, de nuevo como poder-ser: “la travesía se ve atravesada por una memoria que piensa hacia atrás, en la tierra natal abandonada, y hacia adelante, en la tierra que se ha de ganar”, siguiendo el mismo transcurso histórico que en Ser y tiempo.

Durante el invierno de 1934 inició una nueva serie de clases, posteriormente publicadas como Lógica, en las que aplicó en profundidad conceptos recogidos en Ser y tiempo al ámbito colectivo del III Reich. En este sentido, identifica raza y sangre como “lo corporal del pueblo”, evocando las reflexiones de Levinas. Este enfoque afecta a toda la comunidad, enfatizando el arraigo necesario a la tradición histórica corpórea. Para alcanzar una autenticidad colectiva, el pueblo debe “aceptar ese encadenamiento” de “los llamados de la herencia y del pasado a los que el cuerpo sirve de enigmático vehículo” en lugar de la libertad otorgada por el poder-ser individual defendida previamente. Sin embargo, parece percatarse de esta situación y, parafraseando el discurso de “La autoafirmación de la universidad alemana”, sugiere, en forma de aparente crítica al regimen nazi, que el estudiantado alemán “se esté cerrando al acontecer auténtico”.

Más sugestiva es la siguiente cita: “la voz de la sangre proviene del estado de ánimo fundamental de un hombre, y es posible porque el ser de nuestra existencia es determinado por el trabajo”. En Ser y tiempo, el estado de ánimo, siendo en el campo fenomenológico toda conciencia conciencia de algo, implica la direccionalidad originaria –marcando su antirracionalismo– del Dasein, como ser-en-el-mundo, hacia los útiles. En este contexto, se equipara esa originariedad del estado de ánimo con la misma sangre, dándole un sesgo racista a todo Dasein. La ideología nacionalsocialista se hace más notoria en el uso del trabajo como único determinante del encadenamiento de la sangre en la existencia del Dasein, pareciendo afirmar que “arbeit macht frei” –“el trabajo hace la libertad”, lema nazi encontrado en las entradas de campos de concentración–.

En 1935, Heidegger abandona el rectorado, lo que se traduce en un cambio significativo al alejarse de la corriente estatista predominante. Surgen críticas hacia el sistema imperante y continúa distanciándose de su defensa al reconocer su declive. Elabora El origen de la obra de arte, en el que aupa la tierra a la misma categoría ontológica que el mundo, figura crucial del Dasein. Afirma que “nunca están separados”, ya que “el mundo se funda sobre la tierra y la tierra se alza por medio del mundo”, atravesando el encadenamiento de la tradición en la esencia del existente.

También imparte los seminarios compilados en Introducción a la metafísica. Más allá de su nacionalismo exacerbado aborda una nueva problemática en la que plasmar su antimarxismo y antiliberalismo: la técnica. Sostiene que “Rusia y América son lo mismo” y significan igual amenaza para el pueblo. A esto se le añade:

“Cuando los creadores se han retirado del pueblo y apenas se los tolera todavía como rareza extravagante […] se suspende la lucha auténtica y se desplaza a la mera polémica, a los quehaceres y maquinaciones del hombre dentro de lo materialmente existente y disponible, entonces ya ha comenzado el decaimiento”.

En estas afiladas palabras contra el III Reich, se ve una Alemania amenazada, no solo por la técnica desencializada, sino por la carencia de esa lucha necesaria por parte de los “creadores” de la Alemania espiritual a los que denominaba “Führer”.

Durante la conferencia de 1938, La época de la imagen del mundo, también muestra el peligro de la atomización social, mostrando la necesidad de una “lucha expresa contra el individualismo y a favor de la comunidad”, sin exaltar, en este caso, la masificación.

Un año después, en 1939, estalló la devastadora II Guerra Mundial, cuyas ominosas consecuencias todavía perduran en el ideario colectivo. En las conferencias pronunciadas entre 1943 y 1944, y editadas bajo el título Heráclito, identifica como problema primordial de Occidente el de “rendirnos a la voluntad de la modernidad” que es la técnica. Para su resolución, postula que “serán necesarios en las próximas décadas los treintañeros y cuarentones que hayan aprendido a pensar inicialmente”, subrayando así la imperiosa necesidad del “hombre nuevo” como redentor de Occidente. De no materializarse esta posibilidad, Heidegger avizora que “toda la humanidad de la tierra puede llegar a ser desolada y aniquilada”.

En 1943 estableció una exégesis de poemas de Hölderlin en “Memorias”. Acercando la poesía a sus consideraciones filosóficas, afirmará que “los pensamientos del espíritu común son poesía”, por lo que “los pensamientos poetizadores del espíritu tienen que recogerse y consumarse en el alma del poeta”. El líder muta en poeta. El pueblo genera una voluntad poética, esencial, que debe ser recogida por el poeta como único medio para ejercer el viaje de la comunidad, de nuevo como poder-ser: “la travesía se ve atravesada por una memoria que piensa hacia atrás, en la tierra natal abandonada, y hacia adelante, en la tierra que se ha de ganar”, siguiendo el mismo transcurso histórico que en Ser y tiempo.

Bajo estos parámetros, continuará su obra hasta el final, en base a la crítica del desarraigo por culpa del globalismo y la técnica del destino común con respecto al ser. Por ejemplo, en “La tierra y el cielo de Hölderlin” de 1959, resalta que “la infinita relación de pertenencia de tierra y cielo, hombre y dios”, Dasein y ser en definitiva, “parece destrozada”, siendo solo su reparación el camino para reconducir su destino en base a la autenticidad. Para algunos, esto implica su alejamiento del nacionalsocialismo. Para otros, como Habermas, estas reflexiones no constituyen un cambio sustancial, simplemente adornan los mismos elementos que Heidegger defendía durante el régimen nazi: “estos obtusos elementos desarrollan una misma capacidad de configurar mentalidades cuando aparecen desnudos que cuando aparecen revestidos de Hölderlin”.

Conclusión

Aunque su vinculación con el N.S.D.A.P. es innegable, esta conexión no debe ser la única perspectiva desde la que se analice la obra de Heidegger. Su filosofía va más allá de su afiliación política, aunque en determinados momentos abrace casi todas las características del nacionalsocialismo –con excepción del antisemitismo– a las que nos referimos en los primeros párrafos. Su corpus filosófico presenta un amplio abanico de herramientas que pueden ser tanto instrumentos de opresión como de liberación a nivel individual y colectivo; en ella yace tanto la semilla del totalitarismo como el instrumento para su superación, siendo aplicada por el propio autor según su conveniencia vital. La interpretación y aplicación de sus ideas están intrínsecamente ligadas al agente que las pone en práctica, lo que subraya la importancia de un análisis contextualizado de esta corriente y sus conceptos. Sería un error desestimar toda la riqueza filosófica que Heidegger ha legado a nuestra disciplina, pero el mismo error implicaría ignorar la tendencia que una lectura no-crítica de su obra puede conllevar.


*Fuente original: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/nazismo-filosofia-martin-heidegger

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