La trama de The Ghost and Mrs. Muir arranca de la decisión que toma Lucy Muir de vivir por fin una vida propia (I’ve never had a life of my own). Como no podía ser de otra manera, esta decisión implica una ruptura con el espacio en el que estaba instalada.
La trama de The Ghost and Mrs. Muir arranca de la decisión que toma Lucy Muir de vivir por fin una vida propia (I’ve never had a life of my own). Como no podía ser de otra manera, esta decisión implica una ruptura con el espacio en el que estaba instalada. Romperá con su suegra, su cuñada, la casa en la que viven, Londres, así como con todas aquellas cosas de su vida anterior (su marido está muerto, la señora Muir viste luto riguroso cuando empieza la película) que no sean estrictamente propias (se lleva consigo a su hija pequeña y su doncella). Puesto que se trata de una apuesta por vivir no la vida de otros, no una vida de segunda mano, sino una vida propia (I have my own life to live), de vivirla libremente (sin padres ni tutores), no es casual que el lugar en el que Lucy proyecta establecer su futura residencia tenga como único requisito el estar al lado del mar (I’ve always wanted to live by the sea).
Que Lucy Muir ha elegido el camino menos seguro, el menos obvio y el más difícil se confirma enseguida en su propósito de alquilar una casa que, aun cumpliendo la condición de estar situada junto al mar, tiene un inconveniente, o, digámoslo mejor así, tiene algo que según el modo ordinario de ver las cosas resulta ser un inconveniente (algo es un inconveniente en la medida en que uno decide considerarlo tal). Si el alquiler de la casa de los sueños de Lucy Muir es tan bajo es porque está hechizada, de manera que nadie ha querido o ha podido hasta el momento quedarse mucho tiempo en ella (¿o quizá deberíamos decir más bien que nadie ha estado aún a la altura de la casa, que nadie ha merecido realmente quedarse a vivir en ella?). Sea como sea, Lucy no solo está entusiasmada con la idea de alquilar justamente una casa encantada (Haunted. How perfectly fascinating!), sino que demostrará ser digna de vivir en ella. La prueba a la que el espíritu guardián de la casa (el presunto fantasma de su dueño muerto) somete a los aspirantes a inquilinos tiene como fin descubrir el valor y el mérito de los mismos, y Lucy Muir supera esta prueba magníficamente. No es solo que Lucy escoja vivir en una casa encantada; en cierto sentido la casa encantada también la escoge a ella.
Una vez que Lucy se ha instalado en Gull Cottage reaparecen la suegra y la cuñada con la intención de colocarla de nuevo en los raíles de la vida dependiente. La ruptura será esta vez enérgica y definitiva (se necesita fuerza, incluso violencia, para encontrar un camino nuevo, un camino propio). La disposición que Lucy ha mostrado para vivir libremente su vida sin dejarse apabullar por las dificultades ha puesto al fantasma de su parte (es él quien empuja a las intrusas fuera de la casa), de modo que la decisión de quedarse pese a todo (suegra y cuñada van a buscarla porque Lucy ha perdido su fuente de ingresos; la seguridad que da el dinero es en efecto uno de los cebos de la vida fácil, pero impropia, que Lucy acaba de dejar atrás) se vincula esencialmente con su relación de amistad con el fantasma. Si el fantasma entra en íntima relación con Lucy es por el sentido de la libertad y el valor que ella misma ha demostrado; si le presta ayuda, es porque ella misma se ha mostrado digna de ser ayudada. En este sentido, la fuerza que el fantasma proporciona a Lucy de ahora en adelante es la fuerza del fantasma, sí, pero es que un fantasma no habla a cualquiera ni se le aparece a cualquiera ni ayuda cualquiera, con lo cual su fuerza es al mismo tiempo la fuerza de la propia Lucy.
A partir de aquí se pone en marcha eso que de manera algo pedante podríamos llamar una fenomenología del acto creativo. La falta de recursos económicos pone a Lucy en la situación de buscarse una manera de ganar dinero: siempre hay cierta urgencia o cierta penuria impulsando el proceso creativo. Esto asume la forma concreta de un proyecto de escritura: el fantasma propone a Lucy escribir una biografía suya. Lucy escribirá la historia de la vida del capitán Gregg, historia que el propio fantasma le dicta. ¿Qué quiere decir esto? Que en el fondo del proceso creativo auténtico nunca está meramente la propia voz, sino la voz de un duende, un espíritu, un fantasma. Pero no nos confundamos: este fantasma es nuestro fantasma; la voz nos habla precisamente a nosotros; el mérito permanece inalterado. La voz fantasmal se necesita para superar la parcialidad del propio punto de vista. Si el fantasma es un hombre intrépido, la obra será intrépida, aunque no seamos hombres ni seamos intrépidos nosotros mismos; si es un individuo íntegro, honesto y valeroso, también lo será la creación, aunque no lo seamos nosotros (la Lucy de la vida real es demasiado mojigata para usar las palabras que sin embargo escribe). Lo que hace del artista artista, lo que hace al escritor capaz de escribir –y por esto hemos hablado de fenomenología del acto creativo– es siempre algo más grande que él mismo. El escritor nunca escribe como él mismo, sino siempre como otro; el escritor, en cuanto escritor, escucha una voz que no es meramente su voz, constreñida como todas por las fronteras de la propia existencia, sino la voz de algo distinto, algo que ha vivido más, que ha visto más, que es capaz de más que uno mismo. El fantasma que dicta a Lucy la historia de su vida es la vieja musa griega hablándole al poeta. Es por esto que al final de la película Lucy tiene la impresión de que el libro no pudo haberlo escrito ella (I never could have thought of it). Y es por esto también que la presunta prueba de existencia aportada al final de la película (también la niña sabía del fantasma) no nos hace falta, quizá incluso nos sobre (la pregunta por si un fantasma existe es ociosa: el fantasma es irreal, es ilusión, es la ilusión de todo artista verdadero).
Adquiere aquí pleno sentido la caracterización del fantasma. Pues ¿quién fue al fin y al cabo el capitán Gregg? Un marino, un espíritu libre, un hombre que ha vivido más allá de la simple sensatez de los hombres ordinarios, los hombres que abren comercios y se quedan en tierra en lugar de hacerse a la mar; un hombre que ha tenido las agallas de vivir, un hombre que ha puesto su vida en juego. Porque sí, el fantasma está mucho más vivo que los vivos en la medida en que ha vivido plenamente, es decir, no ha esquivado la vida escondido en un sofá de piel. No ha rehusado el peligro. No ha huido de la soledad. No se ha privado de la belleza. Ha visto el Cabo Norte. Ha visto el sol de medianoche. Es precisamente este marino que ha vivido quien hace de Lucy Lucia, un nombre de reina o de amazona.
Con la publicación del libro el sueño del artista se termina (You’ve been dreaming, dreaming of a sea captain). Se produce entonces un despertar a la realidad desde el hechizo, así como un giro en la trama. Entra en escena una nueva figura, y todo ya pasa a ser vida corriente y moliente, vida real, por tanto, vida decepcionada y desengañada. El hombre no ficticio del que Lucy se enamora (y se enamora de él porque no es ficticio) no ha hecho otra cosa que venderle uno de sus cuentos para niños, un cuento muy trillado y muy malo en realidad. Cuando Lucy reconoce el engaño la película se precipita hacia el final. En su vida no pasa realmente nada una vez que el fantasma (la magia, la viveza, la ilusión) ha desaparecido.